La flexibilidad y capacidad de adaptación, son aptitudes fundamentales que debe tener un voluntario cuando ofrece sus servicios.
A Bea, Paloma y a mi nos sirvieron bastante cuando llegamos al campo de refugiados de Drama, llenas de ilusión y ganas de trabajar.
Las tres éramos médicos y al llegar, nos encontramos que por diversas circunstancias, el campo tenía menos residentes de los que suponíamos. Y además, coincidiríamos durante una semana con dos médicos más. Organizar una atención sanitaria continuada sólo con profesionales voluntarios que se dan relevos es una tarea muy difícil, y es inevitable que haya periodos en los que se solapen voluntarios, e incluso algunos, en los que se agradecería más personal. Pero ahí está la capacidad de adaptación y de descubrir oportunidades ante los imprevistos.
Nos encontramos cinco médicos para atender una actividad asistencial en la clínica del campo, que bien se podría realizar con uno o dos médicos, ya que la población en ese momento era reducida. También nos encontramos con que gran parte de esa población, eran niños en edad escolar que no tenían nada que hacer y reclamaban continuamente la atención de los voluntarios, para ellos éramos la única “atracción” del campo y su demanda continua de atención, llegaba incluso a entorpecer el trabajo de la clínica.
Ante esa situación, decidimos realizar un proyecto de prevención que consistía en tomar la agudeza visual a todos los niños del campo para detectar problemas de refracción y evitar futuras ambliopías. Redactamos el proyecto para presentárselo a Siyana (directora de Kitrinos Healthcare) y ella lo aprobó.
El proyecto tenía dos partes: La primera era realizar un screening de agudeza visual en todos los niños del campo y la segunda parte, consistía en llevar a los niños seleccionados a un oftalmólogo, y posteriormente al óptico, para que les hicieran las gafas prescritas por el primero.
Para realizar la primera parte del proyecto contábamos con uno de los compartimentos de la clínica de Kitrinos Healthcare en el campo de refugiados. Con un material básico, pero suficiente, para la toma de agudeza visual (optotipo y agujero estenopéico). Con el consejo especializado de Jose, mi marido y oftalmólogo, que por teléfono nos resolvía cualquier duda. Y con la ilusión y ganas de trabajar de las tres médicos granadinas que acabábamos de llegar.
Para la segunda parte del proyecto, contábamos con la ayuda económica de le empresa de ascensores Schindler. Su director en Granada, Javier, me ofreció su apoyo económico si encontraba alguna necesidad concreta en los campos de refugiados, ya que cada año colaboran con distintas causas solidarias. Le conté el proyecto y accedió a participar. Todavía nos faltaba el contacto con un oftalmólogo y un óptico en Grecia. Estábamos decididas a que el plan saliera adelante, así que nos lanzamos a la calle y presentamos nuestro pequeño proyecto en distintas ópticas. Fue sorprendente la buena disposición y ganas de colaborar que encontramos, así que resultó ser una tarea bastante fácil. Una de las ópticas nos ofreció el contacto de una oftalmóloga llamada Elektra que no dudó en apuntarse al proyecto. Acordamos con ella que le llevaríamos a los niños de dos en dos para no entorpecer el ritmo de su consulta y accedió a poner un precio reducido final por todas las consultas. En la óptica también acordamos un buen precio y nos cobrarían sólo el precio de costo de las monturas pero no el trabajo del óptico ni los cristales.
Para las dos partes del proyecto, contábamos también con la ayuda incansable de Ismael, un joven refugiado del mismo campo, que mientras que el traductor oficial de Kitrinos atendía la labor asistencial de la clínica, él se ofreció a hacer de traductor en nuestro proyecto con los niños. Mi amistad con Ismael, del que ya he hablado en este blog, surgió de los ratos que pudimos compartir mientras se desarrollaba el proyecto.
Con todo el plan organizado comenzamos nuestra tarea. Fue una semana intensa de trabajo pero muy gratificante: Los niños estaban encantados de ser ellos el centro. Se divertían con los exámenes de agudeza visual y también mientras esperaban su turno jugando en la puerta de la clínica. Los que presentaron problemas de refracción, continuaron el proceso y los acompañamos primero a la oftalmóloga y luego a la óptica, para ellos fue toda una experiencia, el día de la consulta se arreglaban especialmente y con mucha ilusión, le llevaban dibujos a la oftalmóloga. En la óptica, al verse sentados con su espejo delante, probándose gafas, se sentían especiales y sus ojos brillaban de una forma especial. Cuando por fin tuvieron sus gafas terminadas, se paseaban por el campo como niños con zapatos nuevos. Fue muy bonito verlos disfrutar de esa manera.
Por otro lado estaban las madres, al traer a sus hijos a la clínica, pudimos conocerlas algo mejor. Cada día se iban reuniendo en los bancos que había enfrente de la clínica, a esperar a que termináramos las exploraciones, y por las tardes, al caer el sol, teníamos un rato de charla que hizo que algunas de ellas se fueran abriendo más a nosotras. La relación se estrechó especialmente con las madres de los niños que precisaban valoración oftalmológica porque ellas nos acompañaban también a la consulta, y mientras sus hijos disfrutaban de la novedad de la experiencia, veías en la mirada de sus madres todo el sufrimiento acumulado y a la vez una mirada de agradecimiento al ver el cariño que volcábamos en sus hijos.
Fue un proyecto sencillo, pero muy bonito y enriquecedor, no sólo por la parte práctica de que los niños se quedaron con sus gafas puestas, sino por la oportunidad que nos dio de implicarnos, de compartir esos días con ellos y con sus madres, de poder ayudarles y de iniciar una relación de confianza que nos acercó al lado más humano de la crisis de los refugiados.
Una respuesta a “Proyecto de gafas”