Mi experiencia de encuentro con los refugiados desde la fe.

Fui a Grecia a trabajar como médico en los campos de refugiados porque sentí que Dios me llamaba a salir a su encuentro. Me llamaba a implicarme en su dura realidad, a formar parte de ella. Por poco que pudiera aportar, sentía que tenía que acercarme a ellos.  Mis periodos de voluntariado en Grecia han sido como una gota en el océano, pero como decía Santa Teresa de Calcuta: “el océano sería menos sin esa gota”  y yo sentía que tenía que formar parte de él, no me quería quedar al margen.

El encuentro con los refugiados, ha supuesto, ante todo, un encuentro con personas reales y concretas. Personas con nombre propio, con su historia, con su dolor y sufrimiento…  Ha sido un encuentro con el lado humano de la llamada  “Crisis de los Refugiados en Europa”. Una crisis que nos llega como un fenómeno impersonal, político y complejo, ajeno a nuestra realidad.  Se habla de los refugiados  sin caer en la cuenta de que son personas reales  que están sufriendo,  personas como nosotros que tenían sus vidas, su familia, su casa, sus preocupaciones, sus proyectos…  pero la guerra les arrebató todo.  Ahora, están atrapados en esos campos, esperando a que se les dé la oportunidad de empezar de nuevo.

Salir al encuentro del refugiado desde la fe, implica descubrir en él al hermano que sufre, al hermano que necesita ayuda, consuelo y cariño. Implica sentir su dolor con él y dar lo mejor de ti para aliviarle. Implica luchar para que su situación cambie y creer que un mundo  más justo y más fraterno en el que todos tengan cabida es posible.

El encuentro con el refugiado es también  un encuentro con el hermano diferente, pero no por ello dejas de sentirlo hermano. Con respeto y  tolerancia,  el encuentro con el hermano de otra cultura y de otra religión es siempre positivo y enriquecedor.  Cuando lo que prima es el respeto al ser humano, la convivencia entre diferentes es siempre posible. Hay demasiados  prejuicios  y miedo a lo desconocido en nuestra sociedad que no nos dejan ver la realidad. Pero salir al encuentro del refugiado, implica ver en él a un hermano al que hay que aceptar, respetar, acoger y proteger.

Sin duda, salir al encuentro de los refugiados, ha supuesto un encuentro con Dios. Él fue quien me envió con ellos, y en ellos lo encontraba cada día, en cada persona. Él era quien me ayudaba a sacar lo  mejor de mí para ayudarles, Él me guiaba en cada actuación, en cada gesto y en cada palabra que empleaba para atenderlos como médico, para acompañarlos como personas, para acogerles como hermanos…  Él se hacía presente cada día y me llenaba de felicidad  por darme la oportunidad de poder colaborar con su Reino, con su proyecto  de un mundo más justo y más fraterno donde todos los hombres puedan convivir en paz. 

En Grecia he podido ver, en primera persona, el sufrimiento de personas concretas, el dolor que causa la guerra y la impotencia de los que padecen las injusticias de esta sociedad  que no está pensada para todos. He sentido, más que nunca, la necesidad de decir ¡basta!, de denunciar que tenemos que luchar por cambiar las cosas. Pero también he podido descubrir “semillas” del Reino que Diós nos propone. He trabajado y convivido con personas de diferentes países, culturas y religiones dispuestas a que las cosas cambien, a luchar por un mundo más humano, a servir sin pedir nada a cambo, a buscar el bien común, a acoger al refugiado y a transformar las mentes de los que todavía no lo quieren acoger.  Y eso me anima a seguir adelante.

El encuentro con los refugiados, con el hermano y con Dios, sin duda te transforma, te cambia por dentro, te clarifica los valores por los que merece la pena luchar,  te ayuda a romper prejuicios y barreras mentales que son a veces más fuertes que los muros de piedra.  Te compromete a cambiar  tú para poder cambiar tu entorno, y así trabajar por una vida más fraterna, más digna y dichosa para todos.

Para mí, como cristiana, eso es la lucha por el Reino, y es mi fé lo que me mueve,  pero en la lucha por un mundo  mejor,  todos estamos implicados.  Lo importante es descubrir lo que te mueve y comenzar a actuar.

Así, entre todos, haremos que sea POSIBLE.

 

 

 

 

 

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