Nunca olvidaré el día que conocí a Fatema, irrumpió en la clínica en medio del bullicio habitual, estando todos ajetreados intentando atender al mayor número de pacientes que con paciencia hacían cola durante horas en la puerta de la clínica. Pero la llegada de Fatema no pasó inadvertida, con sus casi 95 años, en silla de ruedas por la hemiplejia severa que sufría a consecuencia de un ICTUS, con un pañuelo en la cabeza y una mirada tierna llena de dulzura que nos cautivó a todos.

Venía acompañada de su hijo, médico en Afganistán, y un nieto. Sus rostros, reflejaban muchas más preocupaciones que las de ella, se vieron obligados a  dejar todo atrás, trabajos, vivienda, recursos etc. La situación en su país era insostenible, y tuvieron que abandonarlo, pero tenían claro que no iba a dejar atrás a Fatema.

Seguro que entre todas las dificultades que pensaron al emprender un viaje tan incierto con una persona en esas circunstancias, nunca imaginaron que al llegar a la soñada Europa, acabarían con ella en un lugar como Moria, un campo de refugiados con capacidad para 3000 personas dónde había más de 9000 en condiciones totalmente indignas para cualquier persona, pero en las que los más vulnerables son siempre los que más padecen.

Cuando Fatema entró en la clínica, rápidamente el coordinador le dio prioridad, me asigno el caso y fui a atenderla. Sin duda fue la paciente de mayor edad que he atendido en los campos de refugiados que he estado, pero además de la edad, se trataba de una paciente pluripatológica, con hemiplejia como secuela de un ICTUS y gran dependiente. Es decir, una paciente de fragilidad extrema en un entorno totalmente desfavorable para los cuidados que precisaba.

Siempre recordaré su mirada dulce, la sonrisa constante y la paz que me transmitió mientras la atendía. Un sentimiento, que en un entorno como el de Moria, era algo excepcional. Allí, los rostros reflejan tristeza, angustia, sufrimiento… Pero Fatema parecía estar ajena a todo eso.

Rápidamente le proporcionamos el tratamiento crónico que precisaba, le escribí los informes médicos oportunos para poder presentar su situación de vulnerabilidad y facilitar cuanto antes su salida de Lesbos. Nuestro coordinador de Kitrinos la acompañó e iniciaron los trámites administrativos para salir al continente lo antes posible.

Supimos que ese mismo día la sacaron del campo y la llevaron a un alojamiento del exterior para que no durmiera en el suelo, y días posteriores, la veíamos con su hijo dentro del campo, en las largas colas haciendo las gestiones para organizar su salida de la isla de Lesbos. Siempre tenía gente alrededor que se acercaba para atenderla y ofrecerle ayuda y a todos les regalaba su cálida sonrisa.

Finalmente, uno de los días en los que había programadas salidas hacia el continente, la vi en las colas que se formaban a la entrada  del campo para coger los autobuses hasta el puerto. ¡Lo había conseguido! ¡Qué alegría!  Me despedí de ella con un beso y le deseé todo lo mejor.

El encuentro con Fatema fue un soplo de paz en medio del horror de Moria y nos conmovió a todos.

Pero por desgracia, el caso de Fatema fue excepcional. A diario, atendíamos pacientes de más de 70 años que nos hacían llegar lo dura que es la vida en Moria para los ancianos.  Largas colas para todas las comidas que por su condición física, muchos no eran capaces de hacer, y por tanto,  no se alimentaban bien. Los dolores de espalda y articulaciones, frecuentes en los ancianos, se acentuaban por dormir sobre esterillas en el suelo rodeados de humedad. La tristeza por todo lo vivido durante el viaje, algunos a cargo de sus nietos por haber perdido a los hijos pero sin fuerzas para cuidar de ellos, problemas de insomnio…. Los motivos de consulta en esas edades eran comunes y todos nos pedían informes que les facilitaran su día a día, pero la realidad es que no había muchas opciones de mejora en ese lugar, la única opción era salir de allí y sólo lo conseguían los extremadamente vulnerables.

Fatema tuvo suerte de poder salir de Moria, pero miles de personas siguen allí atrapadas viviendo en unas condiciones inhumanas.

¡Ojalá nuestra Europa fuera más acogedora!

¡Ojalá Fatema nos conmueva a todos y podamos hacer que la dura realidad de los refugiados cambie!

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