Desde que saltó la alarma por la llegada de la pandemia del COVID-19 a nuestros lugares de residencia y a nuestros hospitales, todos los sanitarios y ciudadanos nos hemos volcado en poner los medios a nuestro alcance para superarlo entre todos.
Planes de contingencia en los centros sanitarios, concienciación a la sociedad para el distanciamiento social, “quedarse en casa”, información sobre la higiene de manos y la higiene respiratoria… Medidas aparentemente sencillas, que sin duda, implican un gran compromiso, esfuerzo e incluso sacrificios por parte de muchos. Pero son medidas, al fin y al cabo, a nuestro alcance, somos capaces de llevarlas a cabo porque hemos tomado conciencia de que sumar los esfuerzos de todos es la única forma de conseguir frenar los efectos devastadores de esta pandemia.
Además esta situación de incertidumbre y de fragilidad que experimentamos como sociedad, ha despertando sentimientos y acciones solidarias que en otras condiciones no hubieran surgido con tanta facilidad, porque hemos comprendido que tenemos que unirnos, actuar pensando en el conjunto y no de forma individual.
Pero mientras todo esto ocurre en mi casa, en mi ciudad en el hospital en el que trabajo a diario, no puedo evitar tener muy presentes a los refugiados del campo de Moria, una vez más, por desgracia, abandonados a su suerte.
¿Cómo intentar el distanciamiento social cuando conviven 20000 personas en un lugar cuya capacidad es de 3000?
¿Cómo mantener la higiene, cuando en muchas zonas del campo no hay acceso al agua potable y en las que hay agua, tienen que hacer colas de varias horas para acceder a una ducha o a un retrete que comparten de 150 a 200 personas?
¿Cómo pueden hacer planes de contingencia, cuando la única atención sanitaria es la de las ONG, habitualmente desbordadas por el número de pacientes?
¿Cómo seguir atendiendo a los refugiados, con la mitad del personal, ya que después de los ataques fascistas contra los voluntarios del último mes, muchos han tenido que abandonar la isla de Lesbos?
Pues a pesar de todas estas circunstancias, allí siguen los voluntarios, no sólo mis compañeros de Kitrinos Healthcare, sino también de otras ONG que no abandonan a los refugiados, ni antes ni ahora en plena pandemia del coronavirus.
Ya era una vergüenza la respuesta de Europa ante la crisis de los refugiados, desde hace años, todos los que hemos sido testigos del horror que se vive a diario en el campo de refugiados de Moria hemos denunciado las condiciones inhumanas e indignas en las que viven las personas allí atrapadas. Pero la situación actual que sufren de abandono y desprotección ante la pandemia que amenaza a Europa roza lo criminal…
Ojalá las autoridades que tienen competencia para poner fin a esa terrible situación, reaccionen a tiempo, o lo lamentaremos para siempre.
Espero que esta situación de vulnerabilidad que está experimentando el mundo entero y en concreto Europa, nos haga reflexionar sobre nuestros valores como sociedad y como personas y nos haga reevaluarlos y cuestionarlos para llegar a descubrir lo que verdaderamente es esencial y seamos capaces, por fin, de anteponer el valor de las vidas humanas a los intereses económicos.
Ojalá que algún día lleguemos a pensar en la humanidad como una gran familia en la que debemos cuidar de todos, especialmente de los más vulnerables. Aprendamos de lo que estamos viviendo estos días, abramos nuestra mente, nuestro corazón… y puede, que cuando todo pase, nuestro mundo sea un lugar mejor y más acogedor para todos.
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